02 mayo 2006

QUERIDA HABANA


La Habana, mayo - La Habana parece una diva apuntalada y precosida a golpe de tratamientos no siempre estéticos: un palo por aquí, un montón de arena por allá, están pintando una fachada, qué será de los vecinos del edificio a punto de ser demolido.

Esto sucede en cualquier calle capitalina. No obstante, la ciudad cada día va perdiendo su arquitectura, su gente. Ser habanero o descendiente de habaneros es sólo comparable a ser piezas de museo, o animales en extinción.

"El habanero se murió o se fue del país", dice un señor que confiesa haber nacido en otra provincia. El habanero de ahora poco se parece al de hace 59 años. Se han cambiado medias y tacones, trajes y corbatas por bermudas, minifaldas y chancletas; el glamour se fue a Florida, hay que sobrevivir en medio del choteo que mantiene la mente positiva, porque la esperanza es lo último que se pierde.

La frase "Meter La Habana en Guanabacoa" para explicar que es mucho lo que se quiere meter en poco espacio puede cambiarse en estos tiempos por "Cuba en la Habana", o como dicen los Van Van: "La Habana no aguanta más". Por eso, la capital sufre aún más su deterioro, provocado por quienes se esmeran en reconstruirla, sin lograrlo.

Las calles habaneras parecen vertederos gigantes de desperdicios, sus latones no alcanzan para depositar tanta basura. Estas cuestiones son criticadas por los que residen en otras provincias donde sobra el espacio para sus pobladores. Pero La Habana es muy buena gente, y nunca dice no a los "ilegales" de otras provincias que, como no tienen permiso, son deportados una y otra vez por las autoridades.

La Habana, linda como la India del Prado, o como la mulata que detiene el tráfico en La Rampa, es sabia y reconoce que en su territorio es donde único se puede alcanzar cierta prosperidad. Los que llegan sin cama y mesa, se las ingenian para ayudar al resto de la familia que vive en el interior. Otros visitantes la quieren, pero no son posesivos. Llegan y van directo a las tiendas de ropa reciclada o a las de "todo por un dólar", para llenar tantos maletines como puedan y llegar como Reyes Magos a los caseríos cercanos.

La Habana es siempre amistosa, con su Malecón, sus balcones, rejas y columnas, su arquitectura ecléctica, sus tiendas de las que no queda más que el nombre, sus mendigos, orates, borrachos y los autobuses repletos que paran cuando pueden.

La ciudad languidece en abril, con temperaturas de verano fuerte, sin lluvias, aguantando la tarde con su orgullo que fue, pero manteniendo azules y lilas que filtran el cielo anaranjado para que no caiga la noche triste, que deja a La Habana casi en penumbras, porque sólo se iluminan algunos tramos de sus principales vías.

Mucho amor late en el corazón de mi Habana, la del viajero que, desde un punto distante del planeta quedó atrapado por su encanto, ¡Oh, La Habana! Emerge al compás de cualquier canción de los Zafiros o de la voz de Tito Gómez. Sus balcones y fachadas se caen de la risa, mientras dan la bienvenida a los turistas extranjeros y del patio, los que tratan de sacar provecho de su estancia transitoria o permanente en la que fuera villa de San Cristóbal. (Aimée Cabrera/Cubanet)

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